¿Podemos prevenir la demencia?

Existen dos tipos de factores de riesgo de demencia: los modificables y los no modificables. Entre los factores de riesgo no modificables se encuentran los polimorfismos genéticos, la edad, el sexo, la raza o etnia y los antecedentes familiares. Aunque la edad es el principal factor de riesgo conocido de deterioro cognitivo, la demencia no es una consecuencia natural o inevitable del envejecimiento. Por el lado de los factores de riesgo modificables, parece existir una relación entre el desarrollo del deterioro cognitivo y la demencia con el nivel educativo, y los factores de riesgo relacionados con el estilo de vida, como la inactividad física, el consumo de tabaco, las dietas poco saludables, el consumo nocivo de alcohol y también el aislamiento social y la inactividad cognitiva. Además, ciertas afecciones médicas se asocian a un mayor riesgo de desarrollar demencia, como la hipertensión, la diabetes, la hipercolesterolemia, la obesidad y la depresión. Aunque los factores de riesgo no modificables (como el envejecimiento o el sexo) no pueden controlarse, todos podemos hacer algo respecto a los factores de riesgo modificables. Algunos comportamientos y prácticas saludables contribuirán sin duda a reducir las probabilidades de desarrollar la enfermedad.

La actividad física es muy recomendable para reducir el riesgo de deterioro cognitivo. Un estilo de vida físicamente activo está relacionado con la salud cerebral, y las personas físicamente activas parecen tener menos probabilidades de desarrollar deterioro cognitivo, demencia por todas las causas, demencia vascular y enfermedad de Alzheimer en comparación con las personas inactivas. Especialmente, los niveles más altos de ejercicio físico parecen ser los más protectores. Para los adultos de 65 años o más, la actividad física incluye la actividad física recreativa o de tiempo libre, de transporte (por ejemplo, caminar, montar en bicicleta o nadar), ocupacional (si la persona sigue trabajando), las tareas domésticas, los juegos, los deportes o el ejercicio planificado, en el contexto de las actividades cotidianas, familiares y comunitarias. La actividad física también mejorará el estado cardiorrespiratorio y muscular, la salud ósea y funcional, y reducirá el riesgo de enfermedades no transmisibles y depresión. Por favor, considere la posibilidad de realizar actividad aeróbica y un comienzo moderado con un progreso gradual hacia niveles más altos de actividad física.

NOTA: Esta información no exime de seguimiento o consulta médica.

La dependencia del tabaco está asociada a la demencia y al deterioro cognitivo, así como a otros trastornos y afecciones relacionados con la edad. La dependencia del tabaco es también la principal causa de muerte evitable en el mundo. Además, es el principal factor de riesgo de una serie de afecciones, como muchos tipos de cáncer, enfermedades y factores de riesgo cardiovasculares y trastornos respiratorios, y se ha demostrado que su abandono reduce significativamente estos riesgos para la salud. El abandono del tabaco también se ha asociado a una reducción de la depresión, la ansiedad y el estrés, y a una mejora del estado de ánimo y la calidad de vida en comparación con seguir fumando. Las intervenciones para tratar la dependencia del tabaco pueden ser muy diversas y basarse tanto en estrategias conductuales como en diversos tratamientos farmacológicos. Las combinaciones de enfoques no farmacológicos y farmacológicos parecen ser las más eficaces para apoyar el abandono del tabaco.

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Una dieta sana a lo largo de la vida desempeña un papel crucial en el desarrollo óptimo, en el mantenimiento de la salud, en la prevención de enfermedades y de muchas de las afecciones que aumentan el riesgo de demencia, como la diabetes y las enfermedades cardiovasculares. Por lo tanto, los factores dietéticos pueden estar implicados en el desarrollo de la demencia, tanto directamente como a través de su papel sobre otros factores de riesgo, y una dieta saludable puede tener un gran potencial preventivo del deterioro cognitivo. Una alta adherencia a la dieta mediterránea, el enfoque dietético más ampliamente estudiado, se asocia con un menor riesgo de deterioro cognitivo leve y enfermedad de Alzheimer, y con una mejor memoria episódica y cognición global. El consumo de fruta, verdura, legumbres, pescado, frutos secos, aceite de oliva, alimentos integrales y café se asocia a un menor riesgo de demencia o deterioro cognitivo. Un mayor consumo de pescado se ha relacionado con un menor deterioro de la memoria, así como la ingesta de ácidos grasos poliinsaturados (derivados del pescado). También se aconseja reducir la sal y el azúcar.

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El colesterol sérico elevado es uno de los principales factores de riesgo cardiovascular modificables. La prevalencia del colesterol total elevado entre países parece correlacionarse con la riqueza: en los países de renta alta, más del 50% de las personas adultas tienen un nivel de colesterol total elevado, más del doble que en los países de renta baja. Los niveles elevados de colesterol en sangre podrían estar relacionados con un mayor riesgo de demencia. En función de la gravedad de la dislipidemia (una cantidad anormal de lípidos en la sangre) y del riesgo general de enfermedad cardiovascular, se pueden adoptar enfoques farmacológicos o de estilo de vida para reducir el colesterol en sangre. La reducción de peso y la disminución de las grasas saturadas en la dieta (disminuyendo el consumo de alimentos de origen animal) son las recomendaciones más comunes y eficaces sobre el estilo de vida. Sin embargo, la dislipidemia suele controlarse y gestionarse farmacológicamente.

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Existen numerosas pruebas que relacionan la depresión con el deterioro cognitivo y la demencia, y la presencia de depresión casi duplica el riesgo de demencia. Cabe mencionar que el deterioro cognitivo puede ser el principal síntoma de la depresión en las personas ancianas; un fenómeno que solía denominarse pseudodemencia. El tratamiento oportuno de la depresión puede contribuir decisivamente a reducir el riesgo de demencia. Las intervenciones no farmacológicas podrían ser útiles, como la psicoeducación, el abordaje de los estresores psicosociales actuales, la reactivación de las redes sociales, el tratamiento psicológico y/o el asesoramiento y seguimiento periódico.

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Las implicaciones de la pérdida de audición suelen subestimarse tanto a nivel individual como poblacional. Las deficiencias auditivas tienen consecuencias debilitantes sobre la capacidad funcional y el bienestar social y emocional. El deterioro de la audición afecta a la capacidad de las personas para comunicarse con los demás, lo que a su vez puede provocar sentimientos de frustración, aislamiento y soledad. Las poblaciones de personas adultas mayores que ya experimentan los efectos aislantes de factores relacionados con la edad, como la disminución de la movilidad, dejar de conducir, la muerte de la pareja o vivir solos, son especialmente vulnerables a estos impactos psicosociales. La pérdida de audición está asociada a un mayor riesgo de deterioro cognitivo o demencia, y puede casi duplicar el riesgo de demencia incidente. La pérdida de audición y el deterioro cognitivo o la demencia, individualmente y en combinación, predicen una disminución de la capacidad funcional y un aumento de la carga asistencial. Las intervenciones para la pérdida de audición, por tanto, tienen el potencial de mejorar sustancialmente los resultados de las personas mayores en múltiples ámbitos. Para identificar y tratar a tiempo la pérdida de audición, se recomienda realizar un cribado seguido del suministro de audífonos.

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El sobrepeso y la obesidad son algunos de los riesgos mejor caracterizados y establecidos de diversas enfermedades no transmisibles y se han relacionado con una serie de complicaciones médicas como la diabetes, el cáncer, la mortalidad prematura y las enfermedades cardiovasculares, tanto por factores de riesgo directos como por otros de riesgo cardiovascular, como el colesterol alto y la hipertensión. La obesidad no ha dejado de aumentar entre las personas adultas mayores y se ha establecido una relación entre el exceso de masa corporal grasa y el deterioro cognitivo, así como un mayor riesgo de demencia. La pérdida de peso podría reducir indirectamente el riesgo de demencia al mejorar diversos factores metabólicos relacionados con la patogénesis del deterioro cognitivo y la demencia (es decir, la tolerancia a la glucosa, la sensibilidad a la insulina, la presión arterial, el estrés oxidativo y la inflamación). Sin embargo, también es plausible un efecto beneficioso directo de la reducción de peso. Aunque las pruebas de los posibles beneficios cognitivos de la pérdida de peso parecen estar fuertemente asociadas al aumento de la actividad física, la pérdida de peso intencionada puede mejorar el rendimiento en algunos dominios cognitivos, al menos en personas con obesidad. Las prácticas de estilo de vida que incluyen tanto componentes dietéticos como de actividad física parecen mostrar los mejores resultados.

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La hipertensión en la mediana edad se ha asociado a un mayor riesgo de demencia tardía. En particular, se ha observado un patrón de aumento de la presión arterial durante la mediana edad, seguido de un rápido descenso de la presión arterial más adelante en la vida, en individuos que llegan a desarrollar demencia. Existen pruebas contradictorias en relación con la reducción de la presión arterial en la edad media o avanzada de la vida y el posterior deterioro cognitivo o demencia, sin embargo, hay pruebas que demuestran que la reducción de la hipertensión puede tener beneficios sustanciales en la reducción de la morbilidad y mortalidad cardiovascular y, por lo tanto, mejorar la salud general de la población que envejece. La hipertensión puede prevenirse mediante una serie de factores relacionados con el estilo de vida, como seguir una dieta sana, mantener un peso saludable y realizar una cantidad adecuada de actividad física. También puede controlarse con medicación antihipertensiva.

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La presencia de diabetes al final de la vida puede aumentar el riesgo de demencia. El mal control de la glucosa se ha asociado a un menor funcionamiento cognitivo y a un mayor deterioro cognitivo. Además, se ha descubierto que las complicaciones asociadas a la diabetes, como el daño renal, ocular, auditivo y cardiovascular, aumentan el riesgo de demencia. Hay algunas pruebas que sugieren que el tratamiento de las comorbilidades cardiovasculares asociadas a la diabetes, como el colesterol alto y la hipertensión, puede mediar en el riesgo de demencia. Además de una terapia adecuada, éstas pueden reducirse o, en algunos casos, prevenirse mediante una serie de factores relacionados con el estilo de vida, como seguir una dieta sana, mantener un peso saludable y realizar una cantidad adecuada de actividad física.

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El consumo excesivo de alcohol es común en muchos países y una de las principales causas de discapacidad general en todo el mundo. Existen numerosas pruebas de que el consumo excesivo de alcohol es un factor de riesgo de demencia y deterioro cognitivo, además de ser una causa directa de más de 200 enfermedades, incluidos factores de riesgo de muchas otras lesiones. El cribado y la intervención breve en atención primaria es uno de los medios más rentables para reducir la morbilidad y las muertes atribuibles al alcohol. Reducir, consumir a un nivel no perjudicial o dejar de consumir alcohol reduce el riesgo de deterioro cognitivo y demencia.

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La demencia viene precedida de un deterioro cognitivo. Se ha propuesto el concepto de reserva cognitiva como factor protector que puede reducir el riesgo de aparición clínica de demencia y deterioro cognitivo. La reserva cognitiva se refiere a la capacidad del cerebro para hacer frente o compensar la neuropatología o el daño. El aumento de la actividad cognitiva, en comparación con niveles bajos de actividades cognitivas, puede estimular (o aumentar) la reserva cognitiva y tener un efecto amortiguador contra el deterioro cognitivo rápido, así como una reducción significativa del riesgo de deterioro cognitivo leve o enfermedad de Alzheimer. El aumento de la actividad cognitiva puede conseguirse mediante la estimulación cognitiva y/o el entrenamiento cognitivo. La estimulación cognitiva se refiere a “la participación en una serie de actividades dirigidas a mejorar el funcionamiento cognitivo y social”, mientras que el entrenamiento cognitivo se refiere a “la práctica guiada de tareas específicas estandarizadas diseñadas para mejorar funciones cognitivas concretas”. Es muy recomendable mantener el cerebro lo más activo posible, estimulando las áreas responsables de la memoria, la atención y la concentración. Esto puede conseguirse desafiando a la mente con regularidad y participando en actividades que impliquen habilidades cognitivas, como juegos de crucigramas, juegos de mesa, rompecabezas matemáticos o numéricos, rompecabezas o incluso aprender un nuevo idioma.

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El compromiso social es un importante factor de predicción del bienestar a lo largo de la vida y puede ayudar a prevenir la demencia. Por el contrario, se ha demostrado que la falta de compromiso social aumenta el riesgo de deterioro cognitivo y demencia en las personas mayores. Una menor participación social, un contacto social menos frecuente y la soledad se asocian a mayores tasas de demencia. La participación social y el apoyo social están estrechamente relacionados con la buena salud y el bienestar a lo largo de la vida, y la inclusión social debe fomentarse a lo largo de toda la vida. Mantener relaciones sanas y una red social activa puede ayudar a proteger contra la demencia. Socializar con amistades, participar en grupos sociales y/o ser voluntario/a en su comunidad son formas de mantenerse involucrado/a en actividades sociales regulares.

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